(Lucas 3)
Pregunta a un anciano: ¿Dónde estaba usted cuando recibió las noticias del bombardeo de Pearl Harbor (comenzando la Segundo Guerra Mundial)? Sin duda, recibirá una respuesta definitiva. O, pregunta a cualquiera persona acá mayor de cincuenta: ¿Qué hacía usted cuando el Presidente Kennedy fue asesinado? Otra vez, te responderá con exactitud. O, pregunta a cualquier norteamericano: ¿Cómo se enteró de la masacre de once de septiembre? Y seguramente lo recordará. Estos eventos han impactado a cada uno tan profundamente que no se le olvidara nunca su situación cuando tenían lugar. Así es con el comienzo del predicar de Juan, el Bautista, en el evangelio actual. Está asociado con un evento de trascendente importancia para el mundo.
El pasaje comienza con una lista de nombres: César Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Anás y Caifás. Estos hombres son los gobernantes cívicos y religiosos del pueblo judío en el año treinta del primer siglo. Sin embargo, pronto aparecerá en la escena alguien cuya autoridad sobrepasará la de ellos como un roble sobrepasa una hoja de sacate. Jesús está para arrancar su ministerio público.
El evangelio sigue por decir, “(viene) la palabra de Dios sobre Juan…en el desierto.” No debemos entender “la palabra de Dios” como un soplo de aire. Más bien, es una fuerza con el poder de la bomba nuclear. Dice Génesis que Dios creó el universo por Su palabra. Ahora está para poner en marcha una nueva creación. También, como una bomba nuclear, tiene que comenzar en el desierto donde no se puede socavar.
Desde el desierto Juan recorre toda la comarca predicando un bautismo de conversión. La gente tiene que limpiarse para aprovecharse de la nueva creación que viene. Los humanos se manchan con el pecado. Un autor ruso ha escrito que la línea separando lo bueno y lo malo no pasa por países ni por clases sino por cada corazón humano. En otras palabras, aún el corazón de un Adolfo Hitler tiene un pedacito de trigo. También, aún el corazón de la Madre Teresas tiene un rinconcito de maleza. Todos nosotros somos pecadores y debemos reconocer nuestra maldad.
Juan está cumpliendo el papel indicado por el profeta Isaías. Va delante de Dios proclamando la salvación. Ya viene el Cristo para premiar a aquellos que han aceptado la fe con todos sus compromisos y exigencias. Les dará la salvación mientras los demás quedarán perdidos. Para ser reconocidos por Cristo queremos vivir rectos en el mundo. Si no vivimos con la justicia, tambaleamos en los vientos de malicia.
No es la salvación plena, pero una reforma del sistema migratorio puede cumplir varias esperanzas humanas. Para aprovechársela los inmigrantes tendrán que estar libres de delitos grandes. En cuanto se encuentren apoyando la sociedad, se verán como idóneos para la ciudadanía bajo una nueva ley. Nos preparamos para recibir al Señor con vidas irreprochables. Así los inmigrantes quieren mostrarse ante los directores de la nueva ley migratoria.
En dos días vamos a celebrar la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Ella como Juan Bautista fue delante del Señor en México con un mensaje de conversión. Quería que los indígenas convirtieran al Cristianismo. También quería que los europeos convirtieran en verdaderos amigos del pueblo indígena. Ahora la Virgen sigue queriendo que nosotros no tambaleemos en los vientos de malicia. Más bien, desea que vivamos rectos como robles en este mundo lleno con maleza. Es cierto, la Virgen quiere que vivamos rectos como robles.
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