LA SAGRADA FAMILIA – (Lc 2)
Tal vez ustedes ya se hayan preguntando ésta. Trata del tema en que muchos piensan al fin del año. La pregunta es: “¿Qué voy a hacer en el año próximo para vivir mejor?” Sí, ya es tiempo para hacer los propósitos del Año Nuevo. A lo mejor nos hemos prometido que vamos a hacer más ejercicio. Posiblemente nos hayamos dicho que nos falta estar más tranquilos en el transito. Pero antes de que terminemos la lista, que consultemos el evangelio hoy. Sugiere algunos modos excelentes para vivir de acuerdo con nuestros valores más íntimos.
El evangelio empieza con María y José llevando a Jesús a Jerusalén para la fiesta religiosa de la Pascua. La Sagrada Familia es sagrada precisamente porque cumple sus deberes a Dios. No debemos fallar en esto. Asistir en la misa dominical debe ser considerado una prioridad tan alta como lavar la cara en la mañana. La práctica define quienes somos – cristianos católicos. Más importante, cumple nuestro deber a Dios, que nos da la vida.
El evangelio enfatiza que el niño Jesús crece en la sabiduría. Deberíamos esforzarnos para la misma cosa. No crecemos en la sabiduría por mirar mucha televisión. Uno no tiene que ser psicóloga para calcular que mucha televisión puede deteriorar el bienestar. No, para crecer en la sabiduría debemos leer más y dialogar con la familia lo que leemos. Cuando la familia se reúne para comer, se debe apagar el televisor para hablar con uno y otro.
Sin embargo, la familia no es toda cosa. En el evangelio, Jesús reclama una relación que supera la de la familia terrenal. Dice a María y José: “¿No sabían que debo ocuparme con las cosas de mi Padre?” Por supuesto, su “Padre” aquí es Dios. Nosotros también debemos preocuparnos con las cosas de Dios. No tenemos en cuenta aquí solamente acciones en la parroquia sino también por los necesitados. Ciertamente las necesidades de los pobres quedan cerca el corazón de Dios de modo que sirvamos a Dios cuando las atendemos. Por eso, debemos estar planeando lo que vamos a hacer por otras personas durante el año entrante. Tal vez conozcamos a un anciano que necesita la ayuda para ver al doctor.
Finalmente, dice el evangelio que Jesús sigue sujeto a la autoridad de sus padres terrenales. Queremos imitar al Señor en esto también. Sin duda, muchas veces es difícil. A veces ustedes muchachos no quieren informar a sus padres de donde van. Dicen que sus padres no les confían. ¿Es cierto? O ¿es que sus padres solamente quieren conservarles de los errores dañinos. También, nosotros adultos tenemos obligaciones a nuestros padres. Una mujer de ochenta y cuatro años está muy agradecida de la llamada diaria de su hijo. Aún cuando él está fuera la ciudad, la telefonea. Esto sería un propósito ambos factible y gratificante para el Año Nuevo.
En la Navidad renovamos nuestros roperos. Parece que siempre recibimos una camisa que llevamos por el año entrante con felicidad. Así, el Año Nuevo es el tiempo para renovar nuestro comportamiento. Tenemos que preguntarnos ahora, “¿Qué voy a hacer en el año próximo para vivir mejor?” Con la respuesta queremos servir a Dios y crecer en la sabiduría. Éstas deben ser las prioridades más altas para el año nuevo. En 2007, que sirvamos a Dios y crezcamos en la sabiduría.
Friday, December 29, 2006
Sunday, December 24, 2006
Homily for Christmas Day (in Spanish)
NAVIDAD – MISA DE LA MAÑANA – 25 de diciembre de 2006 (Lc 2:10-19)
La Navidad puede animarnos o puede desanimarnos. Todo depende en cómo respondemos a la ocasión. Dios nos provee una oportunidad de oro de cumplir su voluntad. Con el supremo acto de buena voluntad, Dios nos ha enviado a Su hijo. ¿Qué vamos a hacer con la oferta? En el evangelio esta mañana encontramos a tres grupos de personas. Cada grupo responde de manera diferente al don de Dios.
Los pastores oyen las buenas noticias de los ángeles. Ellos averiguan el asunto y reconocen a su Salvador. Los pastores representan a aquellas personas que aprecian el valor del don de Dios. Son como nosotros asistiendo en la misa esta mañana. Sabemos que el Salvador ha llegado y lo seguimos por tomar en cuenta las debilidades de otras personas antes de juzgarlas. Haremos esto por un rato tal vez cumpliendo la semana sin un juicio falso. Sin embargo, dentro de poco vamos a estar como siempre. Tal vez estaremos maldiciendo al viejo que maneja el carro lentamente o a la joven que se apresura entre su empleo y su familia.
El segundo grupo que encontramos en el evangelio es la gente a quienes los pastores cuentan de todo lo que han visto y oído. Estas personas quedan asombradas de lo que se les dice. Sin embargo, esto no significa mucho. Muchas gentes en el evangelio están asombradas por los milagros de Jesús pero no responden a él con el seguimiento. Su fe tiene poca raíz quizá como la mayoría celebrando la Navidad. Compran y compran, festejan y festejan. Pero el motivo detrás de la celebración se hace perdido. ¿No es cierto que el día después de la Navidad todas las emisoras radiadas dejarán de tocar cantos navideños, las tiendas cambiarán sus adornos, y los lotes baldíos se encontrarán con árboles navideños echados? Cristo, el Salvador del mundo, tiene muy poco efecto en estas gentes.
El tercer grupo en la historia evangélico se comprende de sola una persona. Se dice que María medita todo en su corazón. En el Evangelio según San Lucas se retrata ella como siempre poniendo en práctica la palabra de Dios. Así María es el modelo cristiano. A veces encontramos a gentes como María entre los más pobres.
Una vez en Honduras un misionero trepó una montaña para celebrar la misa con una comunidad de campesinos la noche posterior de la Navidad. Llegando a la aldea temprano el misionero fue a la junto del grupo juvenil. Allí el líder le pidió que dijera algo al grupo. Preguntó el misionero sobre los regalos de los muchachos. Pero le parecía que los muchachos no entendían. Respondieron sólo en términos de lo que iban a hacer por Jesús. Entonces el misionero se dio cuenta que él era la persona de poco entendimiento. Esos muchachos vinieron de familias demasiado pobres a comprar regalos navideños. Celebran el nacimiento de Cristo sólo con abrazos en todos lados y con una fiesta de tamales. Los únicos regalos que ofrecen son lo que van a hacer por Jesús: ser más atentos en la oración, más serviciales en la familia.
Como hay en un drama, cada uno de nosotros se comprende de un elenco de caracteres. A veces nos comportamos como el mundo comprando y comprando, festejando y festejando sin pensar en otras personas. A veces nos ponemos sensibles a las debilidades de otras personas por no hacer juicios rápidos. Nuestra tarea en la vida es hacernos más consistentes en el segundo papel y eliminar el primero. Como los campesinos en Honduras podemos hacerlo como nuestro regalo navideño a Jesús. En este modo enseñaremos a todos que realmente apreciamos el don de Dios a nosotros. En estos modos apreciamos el don de Dios.
La Navidad puede animarnos o puede desanimarnos. Todo depende en cómo respondemos a la ocasión. Dios nos provee una oportunidad de oro de cumplir su voluntad. Con el supremo acto de buena voluntad, Dios nos ha enviado a Su hijo. ¿Qué vamos a hacer con la oferta? En el evangelio esta mañana encontramos a tres grupos de personas. Cada grupo responde de manera diferente al don de Dios.
Los pastores oyen las buenas noticias de los ángeles. Ellos averiguan el asunto y reconocen a su Salvador. Los pastores representan a aquellas personas que aprecian el valor del don de Dios. Son como nosotros asistiendo en la misa esta mañana. Sabemos que el Salvador ha llegado y lo seguimos por tomar en cuenta las debilidades de otras personas antes de juzgarlas. Haremos esto por un rato tal vez cumpliendo la semana sin un juicio falso. Sin embargo, dentro de poco vamos a estar como siempre. Tal vez estaremos maldiciendo al viejo que maneja el carro lentamente o a la joven que se apresura entre su empleo y su familia.
El segundo grupo que encontramos en el evangelio es la gente a quienes los pastores cuentan de todo lo que han visto y oído. Estas personas quedan asombradas de lo que se les dice. Sin embargo, esto no significa mucho. Muchas gentes en el evangelio están asombradas por los milagros de Jesús pero no responden a él con el seguimiento. Su fe tiene poca raíz quizá como la mayoría celebrando la Navidad. Compran y compran, festejan y festejan. Pero el motivo detrás de la celebración se hace perdido. ¿No es cierto que el día después de la Navidad todas las emisoras radiadas dejarán de tocar cantos navideños, las tiendas cambiarán sus adornos, y los lotes baldíos se encontrarán con árboles navideños echados? Cristo, el Salvador del mundo, tiene muy poco efecto en estas gentes.
El tercer grupo en la historia evangélico se comprende de sola una persona. Se dice que María medita todo en su corazón. En el Evangelio según San Lucas se retrata ella como siempre poniendo en práctica la palabra de Dios. Así María es el modelo cristiano. A veces encontramos a gentes como María entre los más pobres.
Una vez en Honduras un misionero trepó una montaña para celebrar la misa con una comunidad de campesinos la noche posterior de la Navidad. Llegando a la aldea temprano el misionero fue a la junto del grupo juvenil. Allí el líder le pidió que dijera algo al grupo. Preguntó el misionero sobre los regalos de los muchachos. Pero le parecía que los muchachos no entendían. Respondieron sólo en términos de lo que iban a hacer por Jesús. Entonces el misionero se dio cuenta que él era la persona de poco entendimiento. Esos muchachos vinieron de familias demasiado pobres a comprar regalos navideños. Celebran el nacimiento de Cristo sólo con abrazos en todos lados y con una fiesta de tamales. Los únicos regalos que ofrecen son lo que van a hacer por Jesús: ser más atentos en la oración, más serviciales en la familia.
Como hay en un drama, cada uno de nosotros se comprende de un elenco de caracteres. A veces nos comportamos como el mundo comprando y comprando, festejando y festejando sin pensar en otras personas. A veces nos ponemos sensibles a las debilidades de otras personas por no hacer juicios rápidos. Nuestra tarea en la vida es hacernos más consistentes en el segundo papel y eliminar el primero. Como los campesinos en Honduras podemos hacerlo como nuestro regalo navideño a Jesús. En este modo enseñaremos a todos que realmente apreciamos el don de Dios a nosotros. En estos modos apreciamos el don de Dios.
Friday, December 22, 2006
Homily for Sunday, December 24, 2006
IV SUNDAY OF ADVENT (Micah 5)
We have all seen depictions of it. Perhaps it is our favorite Christmas card design. The “Peaceable Kingdom” takes the words of Scripture literally. It shows a wolf hovering over a lamb, a leopard lying next to a kid. Meanwhile, a little child directs the amicable union. The scene reminds us of Bethlehem to which the prophet Micah addresses himself in the first reading.
We think of Bethlehem as a quiet town. Maybe it was the day Jesus was born. Today Bethlehem can represent all the turmoil of the Middle East. It is under the vigilance of the Israeli army. The Muslim population there is radicalized by the infamous wall on its outskirts. And the demoralized Christian population, once the city’s majority, is fleeing. In the reading form Micah, the prophet predicts that the ruler of Israel would come from Bethlehem. As in Micah’s day, Bethlehem and all Palestine is in need today of deliverance from social upheaval.
But, of course, Palestine is not the hottest spot in the Middle East. That miserable distinction belongs to Iraq. Last month 4000 Iraqi civilians were killed in the daily carnage. Since the war’s beginning, nearly two and a half million people have been displaced. Perhaps the situation in Iraq is no more devastating than what Judah experienced twenty-five hundred years ago. Micah reminds us that a large portion of the population is exiled. However, he predicts that the hemorrhage will not last.
Micah looks toward a shepherd leader to reunite the people of Israel. This pastor will rule with all the majesty of David, the former king from Bethlehem. Christians, of course, see the shepherd as Jesus, born in Bethlehem to become the bridge between Jews and Gentiles. But not only Christians see Jesus as a leader of repute. Other religions as well admire Jesus as a preeminent man of peace. Muslims see him as a great prophet. A Jewish rabbi wrote in the San Francisco Chronicle last Sunday that Jesus is symbol of hope in time of despair. Gandhi, a Hindu, after reading the Sermon on the Mount claimed Jesus as his model.
So why all the fuss over “Christmas” in our society? Is it because mean-spirited non-Christians are offended by the mention of Jesus in public? Or perhaps we Christians provoke animosity by funneling public funds for depicting Jesus’ birth? Some of us should see at least the nature of secularist objections to public crèches. After all, we would withhold the portion of our taxes that finance abortions. Certainly, however, if people think about what he taught, Jesus is one human being that everyone can toast.
But claiming Jesus to be a symbol of peace hardly comes to terms with our belief in him. Once the Catholic novelist Flannery O’Connor said, “If the Eucharist were only a symbol, then the hell with it.” In no way did she mean to desecrate the Eucharist. She only wanted to raise eyebrows to the faith that Jesus is really present in the bread and wine. So we might say of Jesus in general that if he is only a symbol of peace, he is not worth our getting out of bed for on Sunday morning. No, being Prince of Peace is only the beginning of what we believe about Jesus.
Micah makes the odd-sounding claim that the shepherd-ruler “shall be peace.” We can understand what Micah means if we consider Jesus as God’s recreation of humanity. With Jesus, God reorients humans from Darwinian struggle to Nutcracker harmony. Jesus empowers people to work not for domination of others but for mutual benefit. As such, he becomes humanity’s doorway to heaven. We Christians are in the vanguard of the new creation. When we live the supernatural virtue that Christ bestows, real peace is manifest. We see this truth played out in the pope’s insistence that religious freedom be honored. When governments regard all individuals as temples of the sacred, they will protect everyone’s physical and spiritual integrity. The result will be peace.
There is a painting at the Louvre Museum in Paris of Jesus lying in a manger surrounded by parents and shepherds. Joseph holds a candle in one hand and with the other seems to reflect the light onto the babe. But the infant’s face shines so brightly that we wonder if the light does not emanate from it. The artist is portraying the mystery of Christmas. The new-born babe is more than what meets the eye. We call him Shepherd King and Prince of Peace, but these words hardly come to terms with our belief in him. He is our peace. He reorients us to harmony and empowers us for mutual benefit. He becomes our doorway to heaven. Yes, he is our peace.
We have all seen depictions of it. Perhaps it is our favorite Christmas card design. The “Peaceable Kingdom” takes the words of Scripture literally. It shows a wolf hovering over a lamb, a leopard lying next to a kid. Meanwhile, a little child directs the amicable union. The scene reminds us of Bethlehem to which the prophet Micah addresses himself in the first reading.
We think of Bethlehem as a quiet town. Maybe it was the day Jesus was born. Today Bethlehem can represent all the turmoil of the Middle East. It is under the vigilance of the Israeli army. The Muslim population there is radicalized by the infamous wall on its outskirts. And the demoralized Christian population, once the city’s majority, is fleeing. In the reading form Micah, the prophet predicts that the ruler of Israel would come from Bethlehem. As in Micah’s day, Bethlehem and all Palestine is in need today of deliverance from social upheaval.
But, of course, Palestine is not the hottest spot in the Middle East. That miserable distinction belongs to Iraq. Last month 4000 Iraqi civilians were killed in the daily carnage. Since the war’s beginning, nearly two and a half million people have been displaced. Perhaps the situation in Iraq is no more devastating than what Judah experienced twenty-five hundred years ago. Micah reminds us that a large portion of the population is exiled. However, he predicts that the hemorrhage will not last.
Micah looks toward a shepherd leader to reunite the people of Israel. This pastor will rule with all the majesty of David, the former king from Bethlehem. Christians, of course, see the shepherd as Jesus, born in Bethlehem to become the bridge between Jews and Gentiles. But not only Christians see Jesus as a leader of repute. Other religions as well admire Jesus as a preeminent man of peace. Muslims see him as a great prophet. A Jewish rabbi wrote in the San Francisco Chronicle last Sunday that Jesus is symbol of hope in time of despair. Gandhi, a Hindu, after reading the Sermon on the Mount claimed Jesus as his model.
So why all the fuss over “Christmas” in our society? Is it because mean-spirited non-Christians are offended by the mention of Jesus in public? Or perhaps we Christians provoke animosity by funneling public funds for depicting Jesus’ birth? Some of us should see at least the nature of secularist objections to public crèches. After all, we would withhold the portion of our taxes that finance abortions. Certainly, however, if people think about what he taught, Jesus is one human being that everyone can toast.
But claiming Jesus to be a symbol of peace hardly comes to terms with our belief in him. Once the Catholic novelist Flannery O’Connor said, “If the Eucharist were only a symbol, then the hell with it.” In no way did she mean to desecrate the Eucharist. She only wanted to raise eyebrows to the faith that Jesus is really present in the bread and wine. So we might say of Jesus in general that if he is only a symbol of peace, he is not worth our getting out of bed for on Sunday morning. No, being Prince of Peace is only the beginning of what we believe about Jesus.
Micah makes the odd-sounding claim that the shepherd-ruler “shall be peace.” We can understand what Micah means if we consider Jesus as God’s recreation of humanity. With Jesus, God reorients humans from Darwinian struggle to Nutcracker harmony. Jesus empowers people to work not for domination of others but for mutual benefit. As such, he becomes humanity’s doorway to heaven. We Christians are in the vanguard of the new creation. When we live the supernatural virtue that Christ bestows, real peace is manifest. We see this truth played out in the pope’s insistence that religious freedom be honored. When governments regard all individuals as temples of the sacred, they will protect everyone’s physical and spiritual integrity. The result will be peace.
There is a painting at the Louvre Museum in Paris of Jesus lying in a manger surrounded by parents and shepherds. Joseph holds a candle in one hand and with the other seems to reflect the light onto the babe. But the infant’s face shines so brightly that we wonder if the light does not emanate from it. The artist is portraying the mystery of Christmas. The new-born babe is more than what meets the eye. We call him Shepherd King and Prince of Peace, but these words hardly come to terms with our belief in him. He is our peace. He reorients us to harmony and empowers us for mutual benefit. He becomes our doorway to heaven. Yes, he is our peace.
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Prince of Peace,
religious freedom
Saturday, December 16, 2006
Homily for Sunday, December 17, 2006
(Zephaniah 3)
Iraq is a sore point for many Americans. But imagine how Iraqis feel. Yes, the dictator no longer threatens you. Yet his deadly legacy lurks inside every strange car, on every bump in the road. A foreign army occupies your country. Everyone agrees that its soldiers have little understanding of your culture. Worse still there are rumors that your occupier might leave. The evacuation would create chaos pitting your country’s Sunni Muslims against its Shiites. If there is not a civil war now, it will almost certainly break out then. This will expose the vulnerability of your Christian minority and will no doubt mean the breakup of the union. The tenuous situation leaves your whole country gravely concerned. Something similar could be said of the people of Judah at the time of the prophet Zephaniah. In the first reading today we hear what God wants this holy man to say.
Iraq is a sore point for many Americans. But imagine how Iraqis feel. Yes, the dictator no longer threatens you. Yet his deadly legacy lurks inside every strange car, on every bump in the road. A foreign army occupies your country. Everyone agrees that its soldiers have little understanding of your culture. Worse still there are rumors that your occupier might leave. The evacuation would create chaos pitting your country’s Sunni Muslims against its Shiites. If there is not a civil war now, it will almost certainly break out then. This will expose the vulnerability of your Christian minority and will no doubt mean the breakup of the union. The tenuous situation leaves your whole country gravely concerned. Something similar could be said of the people of Judah at the time of the prophet Zephaniah. In the first reading today we hear what God wants this holy man to say.
Zephaniah tells the people of Judah to “rejoice.” It’s an incredible order with the country in peril. It is no longer really independent but has been made into a vassal state of Assyria. Its populace has largely abandoned the Covenantal law. The reformer king Josiah has been killed before being able to bring about necessary changes. So how can the people of Judah “rejoice”? Perhaps some of us feel similarly today. The Iraqi war is only part of the problem -- a small part -- unless, of course, we have a loved one in the military there. It’s the dozen daily urgencies that sap our strength. Perhaps a friend is dying of cancer although she bravely fights on. We find ourselves behind at work and haven’t done many Christmas “to dos” yet. Certainly not everyone is in the mood to rejoice.
But the prophet provides a reason for hope. God, the Lord of history, will stop punishing Israel for its sins. God uses the nations to accomplish his purpose as we use cars to go to work. He will stop sending foreign armies to Judah. The dark days of war, famine, and death of the nation’s finest will end. The situation will improve. It’s like the life of a commercial artist who was laid off of work. Although he received unemployment, he still called prospective employers and did freelance jobs whenever possible. Asked if rode his bicycle -- his favorite exercise -- on weekday mornings, he responded negatively. He was making every effort to get out of bed and look for a job because he knew that God was on his side.
God is, in fact, standing in our midst. We Christians know that He has come in Jesus of Nazareth. He has restored sight to the blind and opened our eyes, shut by pride, to faith. He cured lepers and liberated the possessed so that they might participate in society. Today he forgives our sins so that we might know the freedom to help our neighbor. Best of all, he has conquered death, the ultimate enemy whom even men as rich as Bill Gates must dread. For his sake we can now sacrifice our time, money and, if necessary, our lives.
Today’s gospel shows how John the Baptist had a sense of the Messiah’s coming. But John was as much an Old Testament prophet as a New Testament apostle. He preached the necessity to change our ways in preparation of the Lord. But he did not understand that Christ would be more like a breeze that refreshes than a winnowing fan that scorches.
The reading from Zephaniah ends on a lovely note. The Lord God will actually sing for us as Latinos sang las mañanitas on the feast of Guadalupe. His song is the hymn of the angels over the pastures of Bethlehem. We may join their chorus as we renew our belief in the coming of our savior.
Our “to do” lists lengthen at Christmas. We have greetings to send greetings, gifts to buy, friends to visit. Still, a dozen items remain to sap our strength. Fretting through it all, we may overlook the one whose name the season bears. Christ liberates us from all the urgencies that threaten us. He comes into our midst like a breeze that refreshes. Yes, he comes to refresh us.
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Iraq
Thursday, December 7, 2006
Sunday's Homily (in Spanish): December 10, 2006
(Lucas 3)
Pregunta a un anciano: ¿Dónde estaba usted cuando recibió las noticias del bombardeo de Pearl Harbor (comenzando la Segundo Guerra Mundial)? Sin duda, recibirá una respuesta definitiva. O, pregunta a cualquiera persona acá mayor de cincuenta: ¿Qué hacía usted cuando el Presidente Kennedy fue asesinado? Otra vez, te responderá con exactitud. O, pregunta a cualquier norteamericano: ¿Cómo se enteró de la masacre de once de septiembre? Y seguramente lo recordará. Estos eventos han impactado a cada uno tan profundamente que no se le olvidara nunca su situación cuando tenían lugar. Así es con el comienzo del predicar de Juan, el Bautista, en el evangelio actual. Está asociado con un evento de trascendente importancia para el mundo.
El pasaje comienza con una lista de nombres: César Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Anás y Caifás. Estos hombres son los gobernantes cívicos y religiosos del pueblo judío en el año treinta del primer siglo. Sin embargo, pronto aparecerá en la escena alguien cuya autoridad sobrepasará la de ellos como un roble sobrepasa una hoja de sacate. Jesús está para arrancar su ministerio público.
El evangelio sigue por decir, “(viene) la palabra de Dios sobre Juan…en el desierto.” No debemos entender “la palabra de Dios” como un soplo de aire. Más bien, es una fuerza con el poder de la bomba nuclear. Dice Génesis que Dios creó el universo por Su palabra. Ahora está para poner en marcha una nueva creación. También, como una bomba nuclear, tiene que comenzar en el desierto donde no se puede socavar.
Desde el desierto Juan recorre toda la comarca predicando un bautismo de conversión. La gente tiene que limpiarse para aprovecharse de la nueva creación que viene. Los humanos se manchan con el pecado. Un autor ruso ha escrito que la línea separando lo bueno y lo malo no pasa por países ni por clases sino por cada corazón humano. En otras palabras, aún el corazón de un Adolfo Hitler tiene un pedacito de trigo. También, aún el corazón de la Madre Teresas tiene un rinconcito de maleza. Todos nosotros somos pecadores y debemos reconocer nuestra maldad.
Juan está cumpliendo el papel indicado por el profeta Isaías. Va delante de Dios proclamando la salvación. Ya viene el Cristo para premiar a aquellos que han aceptado la fe con todos sus compromisos y exigencias. Les dará la salvación mientras los demás quedarán perdidos. Para ser reconocidos por Cristo queremos vivir rectos en el mundo. Si no vivimos con la justicia, tambaleamos en los vientos de malicia.
No es la salvación plena, pero una reforma del sistema migratorio puede cumplir varias esperanzas humanas. Para aprovechársela los inmigrantes tendrán que estar libres de delitos grandes. En cuanto se encuentren apoyando la sociedad, se verán como idóneos para la ciudadanía bajo una nueva ley. Nos preparamos para recibir al Señor con vidas irreprochables. Así los inmigrantes quieren mostrarse ante los directores de la nueva ley migratoria.
En dos días vamos a celebrar la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Ella como Juan Bautista fue delante del Señor en México con un mensaje de conversión. Quería que los indígenas convirtieran al Cristianismo. También quería que los europeos convirtieran en verdaderos amigos del pueblo indígena. Ahora la Virgen sigue queriendo que nosotros no tambaleemos en los vientos de malicia. Más bien, desea que vivamos rectos como robles en este mundo lleno con maleza. Es cierto, la Virgen quiere que vivamos rectos como robles.
Friday, December 1, 2006
Sunday's homily (in Spanish): December 3, 2006
I DOMINGO DE ADVIENTO
(Lucas 21)
(Lucas 21)
El hombre habló con fuerza. Todo el mundo quedó asombrado. “Unos dicen, ‘regresen a Cristo a Cristmas,’” gritó, “pero digo yo, saquen a Cristo del tiempo.” ¿Era un Ebenezar Scrooge o, posiblemente, un ateo? No, era un predicador y maestro de la Biblia. Quería recordar a todos que el tiempo de Adviento no es para prepararse para la celebración navideña. No, al menos en las primeras semanas del tiempo, es para enfocar en la venida de Cristo al final de las edades. En Adviento esperamos el regreso de Cristo en la gloria.
La incongruencia entre el Adviento en la mente popular y el tiempo de la gran espera no debe sorprendernos. Nosotros cristianos vivimos en un mundo a menudo contrario a los anhelos de nuestras conciencias. Donde el mundo busca el poder sobre otra gente, nosotros queremos la igualdad entre humanos. Donde el mundo amontona fortunas para malgastar, nosotros compartimos para que se cumplan las necesidades de todos. Donde el mundo desea el sexo simplemente por el placer, nosotros lo consideramos como el catalizador del amor matrimonial y el instrumento de la regeneración humana. Creemos que Cristo venga para validar nuestros esfuerzos para vivir justos en este mundo a menudo chueco.
El evangelio de hoy muestra los temas de Adviento. El fin de los tiempos puede irrumpir en cualquier momento. Cuando pase, Jesucristo – “el Hijo del Hombre” -- vendrá “con gran poder y majestad.” Tenemos que evitar los vicios para prepararnos de recibirlo. Entonces, podremos enderezarnos con cabezas altos. Será la ocasión de nuestra liberación de las burlas del mundo que no se conforma a la voluntad de Dios.
Cuando Jesús pide que velemos y oremos continuamente, no tiene en cuenta una postura pasiva. No, él quiere que nuestra vigilancia tome la forma de preparaciones para un huésped especial a nuestro hogar. Si nos visitara el Papa o el Presidente, limpiaríamos cada rincón de la casa, sacaríamos la vajilla más fina, y compraríamos flores para la mesa. Con tal preocupación queremos construir una sociedad recta para el retorno del Señor. Por esta razón los trabajadores se juntan para hablar de los problemas laborales; los jubilados ayudan a los pobres con la Sociedad de San Vicente de Paulo; y todos votamos con el bien común en cuenta.
Esperamos mucho. Esperamos para el bus o en el tránsito. Esperamos en la tienda y delante el televisor. En los aeropuertos se puede ver a los viajeros esperando sus vuelos. Algunos, particularmente los jóvenes, tienen computadoras en los regazos. No pasan el tiempo ociosos sino siguen trabajando. Debe ser así con todos cristianos durante el tiempo de Adviento. Nuestra espera para Cristo no debe ser tiempo perdido. No, deberíamos esforzarnos para vivir justos en este mundo. Es nuestra manera de esperar.
La incongruencia entre el Adviento en la mente popular y el tiempo de la gran espera no debe sorprendernos. Nosotros cristianos vivimos en un mundo a menudo contrario a los anhelos de nuestras conciencias. Donde el mundo busca el poder sobre otra gente, nosotros queremos la igualdad entre humanos. Donde el mundo amontona fortunas para malgastar, nosotros compartimos para que se cumplan las necesidades de todos. Donde el mundo desea el sexo simplemente por el placer, nosotros lo consideramos como el catalizador del amor matrimonial y el instrumento de la regeneración humana. Creemos que Cristo venga para validar nuestros esfuerzos para vivir justos en este mundo a menudo chueco.
El evangelio de hoy muestra los temas de Adviento. El fin de los tiempos puede irrumpir en cualquier momento. Cuando pase, Jesucristo – “el Hijo del Hombre” -- vendrá “con gran poder y majestad.” Tenemos que evitar los vicios para prepararnos de recibirlo. Entonces, podremos enderezarnos con cabezas altos. Será la ocasión de nuestra liberación de las burlas del mundo que no se conforma a la voluntad de Dios.
Cuando Jesús pide que velemos y oremos continuamente, no tiene en cuenta una postura pasiva. No, él quiere que nuestra vigilancia tome la forma de preparaciones para un huésped especial a nuestro hogar. Si nos visitara el Papa o el Presidente, limpiaríamos cada rincón de la casa, sacaríamos la vajilla más fina, y compraríamos flores para la mesa. Con tal preocupación queremos construir una sociedad recta para el retorno del Señor. Por esta razón los trabajadores se juntan para hablar de los problemas laborales; los jubilados ayudan a los pobres con la Sociedad de San Vicente de Paulo; y todos votamos con el bien común en cuenta.
Esperamos mucho. Esperamos para el bus o en el tránsito. Esperamos en la tienda y delante el televisor. En los aeropuertos se puede ver a los viajeros esperando sus vuelos. Algunos, particularmente los jóvenes, tienen computadoras en los regazos. No pasan el tiempo ociosos sino siguen trabajando. Debe ser así con todos cristianos durante el tiempo de Adviento. Nuestra espera para Cristo no debe ser tiempo perdido. No, deberíamos esforzarnos para vivir justos en este mundo. Es nuestra manera de esperar.
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